En los años noventa, desde la administración autonómica, se desarrollaron una serie de pequeños equipamientos sanitarios en Aragón para acercar el sistema de salud a los habitantes de todos los puntos del territorio. El evidente éxito social vino acompañado, en diferentes municipios, por una arquitectura construida con una actitud, a un tiempo, respetuosa e innovadora. Tal es el caso del Centro de Salud de Azuara, fruto de un concurso de proyectos arquitectónicos (1).
El primer respeto debido es a la historia y al lugar. La localidad de Azuara, celtíbera, romana, árabe hasta el siglo XII, acoge la sucesión de los acontecimientos y ha llegado hasta nuestros días con la dignidad que solo la resistencia al tiempo otorga. En la vertiente sur del pueblo su caserío se escalona dulcemente hacia la vega del río Cámaras, un hilo verde en el paisaje que surca el imponente secano de la comarca del Campo de Belchite, y se apiña bajo la presencia protectora de la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad. El templo, deudor en su origen de los modelos de iglesias fortificadas mudéjares, fue construido en la segunda mitad del siglo XIV con posteriores modificaciones del siglo XVIII y dibuja con amabilidad el perfil de la localidad. Frente a este paisaje histórico el edificio debía afirmar su presencia sin alterar la lectura del mismo, sumándose, como un hecho más, al devenir de las actuaciones.
Por eso, ahí, en el extremo del pueblo,cuando la calle San Nicolás enmudece para dejarse abrazar por la calle Diseminados –el nombre lo dice todo-, se inserta, calladamente, el centro de salud. Su silencio es elocuente. La geometría toma las trazas de los humildes corrales y de la vivienda que configura este límite en el encuentro con el parque. El proyecto se convierte, entonces, en el elemento de transición que, igualmente, concuerda con la escala menuda de las construcciones tradicionales. Así la relación entre lo nuevo y lo existente se establece por empatía, más que por imposición, en el intento de alcanzar una arquitectura educada, con el debido decoro.
Una lectura despistada de la arquitectura moderna en su relación con el lugar puede todavía advertir un olvido de las condiciones del entorno en su formulación. La reciente historiografía sobre la modernidad arquitectónica nos ha enseñado que los maestros modernos no solo supieron leer las claves del lugar sino que, desde ellas, contribuyeron a revelarlo. No ahondaremos tanto en este ejemplo pero sí podemos indicar que, como tantos otros en la estela moderna, este edificio se suma a una dulcificación del vocabulario moderno por las condiciones locales.
El juego de cubierta inclinadas invertido, es decir, con las aguas hacia el interior, quiere recoger el eco de las cubiertas inclinadas del resto del caserío del pueblo y ser, a la par, lo suficientemente moderno como para parecerse a su inventor. Fue en el proyecto de la Casa Errázuriz, a finales de la década de los veinte del siglo pasado, cuando Le Corbusier, atrapado entre la formulación y divulgación del movimiento moderno y las sensaciones y experiencias iniciáticas de sus viajes por Latinoamérica y España, tuvo que conciliar definitivamente la modernidad con la tradición, en su propuesta de casa en el campo para un diplomático chileno en la localidad de Zapallar, Chile. La dulcificación y adecuación del vocabulario moderno a las condiciones materiales del lugar tiene uno de sus orígenes más reconocibles en este proyecto.
El segundo respeto debido es al programa, es decir, al usuario final. La creatividad en el proyecto no es ajena al programa que debe satisfacer. La forma arquitectónica precisa del programa como herramienta para su creación y alcanza su identidad cuando aquella cristaliza. En este caso un sencillo programa de consultas, protegidas de vistas por un patio longitudinal trazado en contigüidad con las edificaciones colindantes, posibilita estructurar el objeto arquitectónico. El contrapunto a la condición lineal se sirve de la satisfacción de funciones anexas como la vivienda del personal sanitario en la planta elevada o el garaje en la zona posterior. Transcurridos veinticinco años desde su inauguración el centro sigue funcionando sin dificultad al servicio de los vecinos. El proyecto culmina su construcción una vez que el arquitecto, y sus intenciones, quedan diluidas en la cotidianeidad del paso del tiempo.
Y otro respeto debido, el penúltimo –siempre puede haber más-, es al carácter. En arquitectura el carácter, sirviéndose de la escala, refiere al mensaje que emana de cada lugar, de cada edificio. En ello la materia con la que se construye la obra tiene un papel determinante. No es casualidad que el material dominante en la iglesia del pueblo, el ladrillo, sea el utilizado en la propuesta del centro de salud. Y que su contrapunto, como ocurre en el templo, se edifique en piedra. No en vano, el edificio propuesto es también un equipamiento y debe distanciarse, en su porte y significado, del resto de casas del pueblo. Lo consigue, sobre todo, por el énfasis en su mirada al sur, concebida como un gran ventanal sobre el parque donde los habitantes, a la luz del sol, esperarán pacientemente su cita médica. El plano de vidrio, aparentemente de otra arquitectura y de otro lugar, se protege con un gran porche, elemento de mediación con el exterior. Entonces, el hueco rasgado, matiza su condición de novedad para ser la consecuencia de la acción de excavación de un volumen. La propuesta no es ruidosa, sino que favorece la continuidad.
Con estos respetos sobre el tablero el arquitecto comprende que la innovación estriba en la fidelidad al tiempo propio. Una fidelidad que nos advierte de acentos contemporáneos sobre una lectura en continuidad con la historia, con el lugar y su morfología, con su carácter. Este edificio vuelve a recordarnos cuán permeable es la frontera, en arquitectura, entre la modernidad y la tradición. Y cómo los mecanismos del proyecto son garantía de continuidad cuando se disponen a su servicio.
- (1)El edificio, obra de los arquitectos José Antonio Alfaro, Pablo de la Cal, Carlos Labarta y Gabriel Oliván, obtuvo el Primer Premio del Concurso de Proyectos, Departamento de Sanidad, Gobierno de Aragón 1994;el Accésit Premio de Arquitectura Ricardo Magdalena de la Institución Fernando el Católico, CSIC, Diputación de Zaragoza, 1998; y fueSeleccionado en el Premio de Arquitectura García Mercadal Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, 1998