– Ermita de Nuestra Señora de los Dolores –
Almonacid de la Cuba y Roma, 17 siglos mediante.
Desde lo alto de la presa conservada más alta del imperio romano (s. I), se observa cómo se encajona y desparrama a partes iguales, uno de los pueblos más singulares del Campo de Belchite. Almonacid de la Cuba es de piedra y agua, y encuentra su lugar en un pequeño ensanche topográfico, donde la montaña y el río acordaron respetarse. Su casco urbano dibuja un sinfín de giros, estrechamientos y recovecos, regalando a sus vecinos y visitantes un repertorio espacial casi infinito.
Al final de la perspectiva, destaca una pequeña construcción de cubiertas verdes vidriadas que supera en altura a sus vecinas, la ermita de Nuestra Señora de los Dolores (primera mitad del s.XVIII). La ermita juega al escondite a través de la sinuosa calle Mayor con la iglesia de Santa María (s.XVI), situada en su otro extremo, y coronada también por una cubierta de cerámica vidriada en su torre, en este caso azul.
La ermita, originalmente exenta, preside un pequeño ensanche de la calle, y queda oculta en la mitad de su perímetro exterior por casas y corrales modernos adosados a ella. Construida en diferentes tipos de fábrica de piedra caliza y ladrillo, posee una decoración exterior moderada, cediendo el protagonismo a su sinuosa planta lobulada. Es la hermana pequeña de Ntra. Sra. de los Dolores de Letux, y sus insólitas singularidades, la convierten en el mejor ejemplo de espacio barroco de herencia romana de la comarca.
Vistas exterior e interior.
Fuente: Web de turismo de la Comarca Campo de Belchite. https://www.descubrecampodebelchite.es/
El espacio barroco
Los decretos del Concilio de Trento (1545-1563), estimularon la trasformación del espacio de culto, convirtiéndose en la mejor propaganda de las ideas religiosas. La búsqueda de la emotividad popular condujo a la teatralidad arquitectónica; y el espacio cambió en Roma. Los templos se colmataron de recursos ornamentales afines al estilo, sin embargo, la mayor trasformación conceptual no fue la exploración de lo “curvo” aplicado a los elementos decorativos, sino al espacio arquitectónico. En la Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane (1638-1641) de Borromini, es donde el nuevo estilo sentó sus bases con mayor contundencia, abandonando el círculo renacentista para explorar la seductora geometría de la elipse. El espacio, configurado por curvas y contracurvas envuelve al fiel, meciéndolo entre compresiones y expansiones, hasta hacerlo formar parte de la propia obra. Espacio, ornamento y visitante viajando a través del mismo lenguaje.
Durante los siglos XVII y XVIII fue prolífica en España la construcción de templos religiosos que dieran cabida a los nuevos fieles convertidos. Se remodelaron numerosas iglesias existentes acorde a la nueva tendencia, incorporando cúpulas y linternas, y amarrándose al decorativismo -muchas veces sólo en el interior- como único vehículo barroco (Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad en Azuara). Templos de nueva construcción experimentaron con la nueva tipología barroca, como el extraordinario santuario de Nuestra Señora del Pueyo en Belchite o la singular ermita de San Clemente en Moyuela. Sin embargo, en pocos casos el ornamento salió con arrojo al exterior más allá de los aleros, linternas y portadas pobremente macladas; y en muchos menos casos, ese ornamento se convirtió en arquitectura y dibujó el espacio desde la esencia barroca romana. Resulta llamativo cómo la trasmisión del nuevo estilo barroco desde Roma fue extraordinariamente ágil en lo ornamental a lo largo del s. XVII, y sin embargo, los aspectos más básicos y sustanciales de espacialidad arquitectónica necesitaron más de un siglo para su materialización en Aragón.
Son escasos los ejemplos en construcciones de gran tamaño en Aragón, en los que se la adoptó la curva como configuradora total del espacio. En ocasiones como en la Iglesia de la Mantería en Zaragoza (finales s.XVII), se limitó a la resolución sus cúpulas pequeñas, y en otras se resolvieron aspectos parciales del templo como en la excepcional Santa Capilla de Nuestra Señora del Pilar (1750-1765) del arquitecto Ventura Rodríguez. Sólo en algunos casos su implantación fue total ya avanzado el siglo XVIII, como en la asombrosa iglesia de San Pedro en Urrea de Gaén (1778-1782), del arquitecto Agustín Sanz.
“La Mantería” (Zaragoza) Sta. Capilla de Ntra. Sra. del Pilar (Zaragoza) San Pedro (Urrea de Gaén)
La abundante creación en esta época de templos de nueva planta de menor escala y más cercanos a fervor popular, como las ermitas, permitió que estas se concibieran al completo bajo la influencia del nuevo estilo y con un tamaño suficientemente controlado como para incorporar indagaciones tipológicas más audaces. La no tan lejana ermita de San Bernardo en Torre de Arcas de Matarraña (finales s.XVIII), tal vez sea uno de los ejemplos más radicales, poseyendo una planta elíptica que contiene las diferentes capillas y a la que se accede mediante un pórtico de entrada rectangular adosado.
Volviendo al Campo de Belchite, cabe nombrar la existencia de un grupo de ermitas de planta en cruz griega, cúpula, y brazos lobulados, clasificadas por el historiador José María Carreras, y fechadas por el mismo a principios del s.XVIII, en el que podría incluirse la ermita de Ntra. Sra. de los Dolores de Almonacid de la Cuba. Algunos ejemplos dentro de la comarca son las ermitas de la Virgen del Pueyo en Belchite, San Clemente en Moyuela, o Santo Domingo en Lécera. Sin embargo, resultan más similares a la de Almonacid de la Cuba, el de San Roque en Loscos y el de San Bartolomé en Santa Cruz de Nogueras. Este grupo de ermitas ubicadas principalmente en localidades pertenecientes a la antigua Comunidad de aldeas de Daroca, podría considerarse un eslabón evolutivo del espacio barroco aragonés que acabó por transformarse a finales de siglo en los anteriormente citados tipos circulares o elípticos.
Ermita de San Roque en Loscos. Fotografía y planta.
Ermita de San Bartolomé en Santa Cruz de Nogueras. Fotografía y planta.
Ermita de la Virgen de los Dolores
Existen dos detalles en la ermita de Almonacid de la Cuba que la convierten en excepcional: su planta lobulada y contra-curvada que se traslada al interior, y la integración de su fachada con el resto del templo. Ambos aspectos, hablan de una concepción de diseño integral de la ermita donde ornamento y espacio se agarran fuerte de la mano, décadas antes de que lo hicieran en otros lugares.
La ermita fue construida con probabilidad en la primera mitad del s.XVIII, con planta centralizada en forma de cruz griega y brazos lobulados, resolviéndose probablemente el acceso mediante un porche similar a los dos ejemplos anteriores. Posteriormente, se truncó el lóbulo de los pies para ampliar el templo mediante un cuerpo cuadrado ligeramente abocinado.
Planta. José Mª Valero Suárez. 1984.
Fuente: Ayto. Almonacid de la Cuba.
El tramo central se corona con una cúpula de planta octogonal apoyada sobre pechinas, incorporando igualmente unas líneas pictóricas a modo de nervaduras que crean trampantojo. Sobre la cúpula, emerge una linterna también octogonal. El cuerpo de la cúpula, visto desde el exterior, presenta un hueco rectangular en cada uno de los lados del octógono, tal vez manifestándose en forma de lunetos hacia el interior originalmente. El templo “se redificó” en el año 1858 de forma ambiciosa, tal y como puede observarse en una pintura situada en el paramento interno de la fachada, y tal vez fuera en este momento en el que se eliminaran los lunetos de la cúpula y de las bóvedas de las capillas laterales, que introducirían al interior una magnífica luz que bañaría los sinuosos contornos de la ermita.
Fachada principal y Sección longitudinal. José Mª Valero Suárez. 1984.
Fuente: Ayto. Almonacid de la Cuba.
En el encuentro entre el volumen añadido del acceso y el resto del templo, es donde la ermita manifiesta más claramente su esencia espacial barroca, manteniendo parte de lóbulo original, y resolviendo grácilmente el encuentro entre lo recto y lo curvo, llevando a buen puerto el siempre tosco encuentro entre dos arcos de diferente dimensión. La bóveda que cubre este tramo es por necesidad una rebanada de un cuarto de esfera, que expande el espacio, en respuesta directa a la sinuosidad de la planta exterior. Un gesto tan natural como único.
Interior. Tramo de transición entre acceso y cúpula.
Fuente: José Javier Corzán. 2022.
En el exterior, la ermita se ejecuta en buena fábrica de piedra caliza en el tramo del acceso, con excelente labra en las esquinas de la portada. Los brazos lobulados se resuelven para facilitar su curvatura mediante fábrica de mampostería de pequeño tamaño. El alero de ladrillo se esfuerza por solventar con cuestionable éxito el encuentro entre las cubiertas y la ondulante planta. Por encima, emergen la cúpula y la linterna en ladrillo, claramente intervenidas en su última restauración.
Esta restauración de 1985 fue dirigida por el arquitecto de la Diputación Provincial de Zaragoza, Valero Suárez, y ejecutada por el conocido, ingenioso y prolífico albañil local, Armando Soro. La intervención recuperó la cobertura original con teja cerámica vidriada del Taller de Cerámica de Muel, utilizando una muestra original que apareció bajo la cubierta de teja árabe convencional colocada en una restauración de finales del siglo XIX (según inscripción en el trasdós de una de las tejas). Se restauró el interior por completo, recuperando diversas pinturas e inscripciones que se escondían bajo capas de yeso; y se restauraron también las fachadas, incluyendo la colocación de nuevos sillares en la parte baja del lado de la calle, previsiblemente por afecciones por humedad.
Exterior. Fachada principal, cornisa continua y linterna.
Fuente: José Javier Corzán. 2022.
El exterior de la ermita contiene un sutil rasgo característico: un alfiz infinito. Esta gruesa moldura redondeada y ejecutada en piedra, conforma en la fachada principal un rectángulo coronado por un arco de medio punto, que enmarca la ornamentación de la portada compuesta de pilastras corintias y tres hornacinas aveneradas. El alfiz se transforma en moldura, girando a media altura, y recorriendo serpenteante todo el perímetro del tempo hasta llegar de nuevo a la fachada principal por el lado opuesto. Esta singularidad evidencia la sinuosidad de la planta y manifiesta una intencionalidad de diseño total, haciendo intuir, que el interior será de todo menos decepcionante.
Se ha dicho siempre, que la iglesia de San Carlo de Borromini en Roma, es tan pequeña que cogería dentro de uno de los pilares de la cúpula de San Pedro del Vaticano. La ermita de la Señora de los Dolores, es un ejemplo único de las consecuencias del viaje del estilo barroco hasta nuestra tierra, adelantándose a otros modelos de su tiempo. Cruzar la impresionante presa romana, ascender por el barrio judío y deslizarse por los muros de la ermita es un regalo para el visitante; que encuentra en su pequeño interior, uno de los espacios más recogidos e íntimos de la comarca. Un finísimo y evocador hilo de unión entre Almonacid de la Cuba y Roma, 17 siglos mediante.