Codo

CAMPO DE BELCHITE: 15 PUEBLOS / 15 ELEMENTOS PATRIMONIALES
12. CODO

 

Benjamín Jarnés
Alejandro J. Ratia

 

La Iconografía es una disciplina extraordinaria, que aporta el significado de las imágenes. Pero se corre el riesgo de darnos por satisfechos con sus explicaciones y perder la poesía del enigma. Por ello, una mirada infantil y fascinada puede aportar sentidos inéditos, sobre todo si aquel niño que mira encierra el germen de un gran escritor. Es el caso de Benjamín Jarnés, quien, en su niñez en Codo, a finales del XIX, se embelesaba ante el altar mayor de su iglesia, maravilla absolutamente cotidiana para él, pues su padre era el sacristán, bien que pluriempleado como sastre.

La iglesia de Codo, por tradición derivada vínculos con el Císter, estaba y sigue estando dedicada a San Bernardo de Claraval, que no fue el fundador de esa orden, pero sí su impulsor, y uno de los grandes místicos del Medievo. Y la escena del altar mayor que fascinaba a Jarnés niño era pura mística. El joven monje Bernardo se había arrodillado ante una imagen de la Virgen que amamantaba al niño, y le pedía elocuencia para afrontar el primer sermón importante que le habían encargado. Quedándose dormido, la Virgen cobra vida y, separando el niño su boca de su pecho, la leche desciende en un surtidor hasta la boca del santo. Por un, lado, la leche de la virgen concede el don de la palabra iluminada; por otro, se muestra gráficamente que María es la madre de la Humanidad y no sólo de Cristo, pues éste la comparte con Bernardo. Es un asunto que nació en la Edad Media, pero que la Contrarreforma y el Barroco volvieron a poner de moda. El papel mediador de la Virgen es una clave del catolicismo. Juan de Roelas. Alonso Cano, Murillo o Carreño de Miranda lo pintaron, por ejemplo.

La visión de San Bernardo, pintada por Juan de Roelas

El altar que pudo contemplar Jarnés de niño erapuro barroco. Un retablo tallado en madera y con abundancia de oro y plata. Se perdió durante la Guerra Civil, pero se conservan fotografías. En su cuerpo central, arriba a la izquierda, sobre una nube, la aparición de la Virgen, con angelotes y sólidos rayos de luz; abajo, arrodillado, San Bernardo, recibiendo su premio lácteo. El altar que hoy losustituye, producido en los años cincuenta, representa la misma visión, pero es mucho más austero. Ninguna exageración escenográfica. ¿Cómo veía y cómo entendía el niño Jarnés aquella imagen barroca, mística y sensual a un tiempo, que no dejaba de ser chocante?

Lo refleja (por lo menos) en dos de sus novelas, en los capítulos dedicados a la infancia rural de sus respectivos protagonistas, aunque no diga de qué pueblo se trata. Son dos novelas muy distintas, pero en ambas aparece el recuerdo de la infancia en un pueblo que no se nombra, pero que es, indudablemente, Codo. La primera de estas novelas es Mosén Pedro, su estreno en ese género, basada en la vida de su hermano, y la segunda, una de sus obras maestras, El convidado de papel. Son muy diferentes, y significativamente diferentes, los contextos donde se describe el aludido altaren una y otra novela. En ambas la perspectiva es la de un niño, en la primera, la de Pedrito, el futuro sacerdote; en la segunda, la del propio Benjamín. En el primer caso, se habladel descubrimiento de la mística. Y transcribo el pasaje:

“El templo donde Pedrito aprendió a rezar está lleno de la tierna visión. En el centro del dorado retablo está la escena encantadora. Hay un pecho rosado que nutre divinamente al fiel amigo, cuya vida fue ya siempre pura miel. Sobre unas nubes, entre risueñas caritas de ángeles, reposa la Virgen invocada por el Dulcísimo. Tiene María a su hijo en el regazo; estaban ambos en tierno coloquio, pero ambos advirtieron la inquietud de Bernardo; y, para escuchar mejor la súplica, inclinan sus graciosas cabezas hacia la tierra. Jesús aparta su boquita del dulce manantial, y deja que el rocío divino caiga en los labios sedientos”.

Fotografía del altar de la iglesia de Codo, desparecido en 1936

 

En el segundo caso, en El convidado de papel, el pecho de la Virgen forma parte de la educación sentimental del protagonista, trasunto del autor. Un hombro femenino desnudo le parecerá a aquelmozalbete más sensual que un pecho, pues son muchos los que ha visto de mujeres amamantado a sus hijos, incluido un pecho muy especial:

 

“Y había visto uno celeste, el de María de Nazaret, sentada en una nube de madera, azul y plata, en medio del gran retablo de la iglesia. María, que estaba dando de mamar al niñito, atiende a la invocación de un monje, a quien luego llamarían el Dulcísimo, porque María retira el seno del infante y se lo ofrece a su devoto, dulcificándole para siempre el estilo”.

 

Aquí añade Jarnés un curioso detalle:

“Cuentan que del capullo rojo nacía un alambre blanco que moría en la boca del Dulcísimo; un hilo de leche que ya Julio no pudo contemplar porque, de tan sutil, fue roto por algún plumero irreverente; y ya nadie se atrevió a hacer de nuevo tan delicado manantial, ya para siempre seco”.

Primera edición de “El convidado de papel”

 

Frente al deslumbrante juego de sombras vanguardista de El convidado de papel, el Mosén Pedro es un libro algo mojigato, donde Jarnés aún se esconde. Pero en él hay muy bellas alusiones a rincones y costumbres de Codo. Así, por ejemplo, la referencia al castillo, del cual, tras pasar la Guerra Civil y el abandono, no quedarían ni las ruinas que describe el escritor:

“Al hablar de Mosén Pedro, recuerdo un viejísimo castillo desmoronado que se alzaba a las afueras del pueblo donde nací. Aquel castillo sólo era un enorme jaulón desvencijado y abierto, de donde habrían ya huido hasta los pájaros de la leyenda; porque ni leyenda tenía, o, al menos yo nunca la supe. Eran cuatro altos paredones, rasgados por enormes heridas que vendaban magníficos tapices de hiedra”.

 

De ese castillo quedan la memoria en el nombre de una calle, restos de la cimentación y una red de subterráneos (que está explorándose).

 

Y también se pintanen Mosén Pedro los festejos de San Bernardo, con sus representaciones y su dance:

 

“Entonces el templo se inundaba de fieles que, en un atardecer, arrancaban al santo de su dorada hornacina y le llevaban en triunfo a ocupar un trono que por gracia de la fantasía popular se trocaba en alta ciudadela robada a los ejércitos cristianos por las huestes de Mahoma”. Así se iniciaba un juego escénico que concluía con “la danza tradicional al compás del tamboril”.

 

Benjamín Jarnés es quizás, el creador más importante, después de Goya, de cuantos han nacido en el Campo de Belchite. Jarnés no se desentendió de su tierra de origen, y tampoco aceptaba que se obviasen los orígenes de Goya, a quien dedicó bastantes páginas y tiempo de meditación:

“Y algunos, al encontrarse con un aragonés excepcional, al tropezar con Goya, han llegado a despojarle de su condición de legítimo aragonés, o han dicho de él que nada ha recibido de las entrañas de Aragón. Robo infantil a Aragón”.

 

E igual que lo reivindica en Goya, reconoce su deuda con su Aragón de esparto y secano, con su Codo natal: “Entonces (de niño) comencé a aprender el arte de dialogar conmigo mismo”. Diálogo que no monólogo, que conduce al novelista que fue. Un prosista que aprendió a ser exquisito, como lo fue, gracias a la disciplina del paisaje, y que, tal y como cuenta, aprendió su lección de realidad a través de sus pies descalzos por las piedras y matas de Codo.

 

A finales de los años ochenta, el gran apologista de Jarnés que fue Ildefonso-Manuel Gil, se quejaba de que no veía memoria del escritor en Codo, su pueblo. Hace años que esto ha cambiado. La fachada de su casa natal lo recuerda, lo recuerda el centro cultural del pueblo, dedicado a él, y, en cuanto a la comarca, el único instituto de la misma, el de Belchite, también lleva su nombre.

Benjamín Jarnés (arriba a la izquierda), Humberto Pérez de la Ossa, Luis Buñuel. Rafael Barradas y Federico García Lorca. Madrid, 1923

Memoria de Benjamín Jarnés en las calles de Codo